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Foto del escritorRubén Dittus

Dune (parte I): la épica personal de Denis Villeneuve

La épica es un género narrativo en el que se presentan hechos legendarios (reales o ficticios) y en los que se cuentan las hazañas de un héroe -generalmente en un rol de "el elegido"- que se enfrenta a la guerra, a criaturas sobrenaturales o a la traición de los suyos. No cabe duda de que la adaptación que el director canadiense Denis Villeneuve hace de la novela Dune (1965) sigue la misma atmósfera dramática en la que se busca profundizar más en los conflictos geopolíticos que en la psicología de los personajes que se instalan en Arrakis, aquel planeta desértico disputado por la presencia de la "melange", una de las drogas-especias más codiciadas del universo creado por el escritor Frank Herbert.

Esa es la razón por la que, a primera vista, el joven Paul Atreides (interpretado por Timothée Chalamet), Vladimir Harkonnen y la Reverenda Madre Mohiam se nos presentan como fuerzas actanciales frías, distantes y con quienes una audiencia menos proclive a la ciencia ficción o al cine de autor no es capaz de empatizar. Se trata de un filme de difícil digestión para un público que espera ver en las mega producciones el paso de los minutos de un sábado por la tarde antes de salir a bailar. Definitivamente no todo el mundo está preparado para disfrutar por igual del más esperado estreno de Villeneuve. El retraso de este (producto de las limitaciones de un año 2020 marcado por la pandemia), además, alimenta injustamente las expectativas de una crítica que no dejará de comparar Dune con la anterior película del director: Blade Runner 2049 (estrenada en 2017). ¿La razón? Los fantasmas de Ridley Scott y David Lynch.



Convertida en secuela-homenaje, el destino de los replicantes -esos robots que se resisten a una muerte programada y creados por Philip K. Dick en su clásica novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968)- es retomado por Villeneuve tras el éxito del hito visual posmoderno iniciado el año 1982 (y al que se suman otras seis versiones de la misma película), convirtiendo a los blade runners del realizador británico Ridley Scott en inspiración para los amantes del cine y algunos eruditos del séptimo arte. Como era de esperar, tras el estreno de Blade Runner 2049, Villeneuve se enfrentó al reto de ser "comparado" con la obra de Scott. Era inevitable, pero salió airoso. Los elogios fueron dirigidos principalmente a la fotografía y los efectos visuales de la película. En el sitio web Rotten Tomatoes la película obtiene una calificación de aprobación del 87% basada en 345 reseñas, con una calificación promedio de 8,2/10. Algunos críticos, por ejemplo, la definieron como un filme con una fuerza dramática y cósmica que se veía desde las épocas de Andrei Tarkovsky e Ingmar Bergman. Otros, en cambio, la describen como una sucesión tediosa de personajes y situaciones sin alma ni magnetismo, incapaces de enganchar, de crear sentimiento, ni una pizca de identificación emocional.

Se podrá estar en sintonía o no con los adjetivos de una producción que contó, además, con la breve participación de un Harrison Ford -quizás más cerca de un cameo-, pero lo que no pudo hacer Villeneuve era desprenderse de las "expectativas" que surgen de una obra anterior -la de Scott- convertida en película de culto. Con Dune, un nuevo fantasma se asoma: la adaptación de David Lynch (1984).

Como se sabe, a pesar del gran presupuesto de la película, la Dune de Lynch fue un verdadero fracaso en la taquilla en el momento de su estreno. Hoy, sin embargo, una mirada más atenta al discurso autoral del realizador estadounidense la ha posicionado como una de las películas imperdibles de la ciencia ficción. ¿Es posible que Villeneuve se desprenda de las siempre odiosas comparaciones? Un primer visionado de esta nueva adaptación de la novela de Frank Hebert nos deja clara una cosa: la verdadera receta para el éxito de una producción cinematográfica es abrazar una premisa. Se trata de una visión única de quien no sólo traduce el relato de un género literario a un lenguaje que requiere un trabajo en equipo, sino que plasma una postura o un argumento moral. Para ello, hay "contrato de lectura", un acuerdo tácito entre director y espectador, donde el primero se compromete a facilitar un viaje imaginario -que en el caso de la Dune de Villeneuve dura 155 minutos- en el que las audiencias están capacitadas para llenar los vacíos que deja el realizador. Esos huecos son interpretados tomando conocimiento previo, archivos, imágenes o sentimientos que se tienen hacia el cine o la obra adaptada.

En este punto es imposible no recurrir al fallido intento del chileno Alejandro Jodorowsky de diseñar su propia versión de Dune en la década de los setenta, muchos antes que otras aventuras espaciales se hubiesen llevado al cine. Mick Jagger, David Carradine, Udo Kier, Orson Welles y Salvador Dalí eran algunos de los que formarían parte de esta mega producción, que nunca pudo ser filmada. Incluso allí -tal como revela el documental Dune de Jodorowsky, de Frank Pavich (2013)- el chileno contaba con una libre y sicodélica adaptación de la novela.

¿Se echa de menos el riesgo narrativo de Villeneuve? El que algunas escenas nos lleven a la versión de Lynch puede ser un mal augurio. Es a partir de ese contrato tácito donde la enciclopedia personal traiciona las verdaderas intenciones de una obra. La space opera de Villeneuve es gris y no revela conflictos emocionales, al igual que la película de Lynch. El viaje del héroe se muestra sin que las etapas aparezcan con nitidez y donde la aparición de los personajes de la novela de Herbert asoma como parte de un universo en el que el humor o los conflictos internos no son relevantes. Es la elección del director, tal como lo fue -forzosamente o no- la película de Lynch. A diferencia de Lynch, Villeneuve nos recuerda algunas de las apreciaciones que se hicieron de su anterior secuela y que emergen como lo valiosa de la nueva Dune: una película que no solo genera imágenes de gran belleza (una puesta en escena de gran valor artístico, una planificación impecable, un uso soberbio de los tonos pardos en el color), sino que nos recuerda en varias ocasiones que la imagen en movimiento puede ser asombrosa, cósmica y onírica. Junto a la fotografía, la banda sonora nos sumerge en un estado hipnótico como si de un festival de mantras se tratase. Hans Zimmer, quien ya compusiera la música para Blade Runner 2049, es el responsable de uno de los recursos más destacados del filme.

El amante del cine de aventuras galácticas se sentirá decepcionado. La acción o las peleas cuerpo a cuerpo no están a la altura de los recursos que la tecnología digital hoy en día dispone. Pero nada de eso importa en verdad. Denise Villeneuve confirma su presencia en el cine comercial sin renunciar al discurso autoral que lo ha hecho conocido, ese que coquetea con versiones anteriores de las historias que el desea contar. La madurez llegará cuando encuentre el guion original que lo eleve a un sitial único y en el que unos pocos han llegado. Para que ello ocurra deberá superar el último obstáculo de su personal viaje épico: alejarse de los fantasmas con los que permanentemente será comparado.


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