Eduardo Córdova Ortiz (Santiago, 1992) se tituló hace cuatro años como periodista. Pero no solo ejerce su profesión con desplante en un medio digital. Su amor son los libros. De esos buenos, rebuscados y difíciles de encontrar. Como asiduo participante de talleres de narrativa desde muy joven, lo lógico es que siguiera su perfeccionamiento en esas lides. Así, no es extraño que hoy sea alumno del Magíster en Escritura Narrativa en la Universidad Alberto Hurtado. Husmeando en alguna que otra biografía publicada se reconoce como lector compulsivo de cómics de las editoriales Vértigo y Dark Horse, pero también lo es del esoterismo de cuarta hasta la sociología, los poetas malditos, las novelas de género y uno que otro Nobel. En esta entrevista conversamos a propósito de su primer libro de cuentos: “Condéname Cariño"(2024, editorial Nass Papier), en el que se luce con destreza por los recovecos del terror. En él convergen lo urbano, la marginalidad y la mitología nacional, esa a la que debe gran parte de su inspitación literaria.
¿Desde cuándo tienes conciencia de que eres escritor?
Creo que desde el momento en que me di cuenta que el estar escribiendo ya sea ficción o no ficción me hacía sentir sumamente feliz y, que el mismo proceso de escritura lo disfrutaba a pesar del estrés de resolver un texto o una trama compleja. Y también cuando me di cuenta que además de escribir y disfrutar eso, también podía autoeditarme sin complejos, no enamorarme de mis frases y sacar palabras. Esa conciencia creo que la tengo al menos de hace unos diez años.
¿Recuerdas el primer relato que escribiste y que tiraste al tacho de la basura?
¡Uff! Qué malos textos me hiciste recordar. No recuerdo cuál fue el primero, pero sí fueron varios los que se fueron a la basura. Cosas bien clichés, llenas de lugares comunes que, afortunadamente, deben estar hecha tierra. Horrible, horrible, horrible.
¿Te consideras un coleccionista de libros? ¿Cuántos hay en tu biblioteca personal?
Sí, totalmente. Y soy coleccionista coleccionista, porque selecciono, no acumulo. Soy bien de cachurear libros en cualquier lado, cosas de Zig-Zag antiguas, todo lo que es José Donoso, todo lo que es “Biblioteca Personal” de Borges, Manuel Rojas en Zig-Zag, Bolaño en Anagrama, ilustrados antiguos, cosas nuevas, también; de editoriales más pequeñas y también de editoriales pequeñas de otros países, primeras ediciones, ese tipo de cosas, y libritos firmados y prohibidos, como Impunidad Diplomática de Francisco Martorell que lo tengo en una edición pirata porque era la forma que se distribuyó cuando fue prohibido, entonces el mismo objeto tiene una historia. Y cantidad, no sé, calculo que unos 600 entre novelas, libros de cuentos, ensayo, no ficción y cómics.
¿Qué autores/as han sido decisivos en tu formación y estilo?
Para mí es fundamental Pedro Lemebel y Nicanor Parra. Lemebel porque fue la lectura con la que primero sentí pertinencia, y eso porque él usaba un lenguaje, escenarios, códigos que yo conocía, y ante todo, la disfruté. Sucede que al principio, claro, comencé leyendo literatura inglesa, El Señor de los Anillos y todo eso, pero lo sentía lejano y me costaba seguir la historia, pero cuando descubrí a Lemebel la experiencia de lectura fue siempre placentera. Y Nicanor Parra porque de él aprendí lo que es escribir, a usar el lenguaje, cuestión que él define como “hablar el lenguaje de la tribu”, o sea el darse a entender con tu par y, en esos códigos, en ese suelo de palabras, narrar. Y en cuanto estilo e imaginario Alan Moore y Neil Gaiman para mí son fundamentales, porque ambos, como ingleses, tienen muy integrado el uso del imaginario maravilloso, de lo fantástico, pero ambos jamás desconfían del peso de las leyendas ni de la mitología. No es un folclore antiguo para ellos, ni una forma de exaltar la identidad ni algo por el estilo, sino que conviven con esas imaginaciones, la integran en su cotidiano, en el colectivo, algo que también hacía Tolkien, si te fijas.
¿Alguna maña o cábala que reconozcas para iniciar el proceso de escritura?
No sé si ocurre por el solo hecho de que no puede ser de otra forma porque el horario y la pega no perdonan, pero para mí el mejor momento para escribir es de noche, y por lo mismo, cualquier cosa que escriba tengo que partirla de noche.
¿Qué debiera hacer un lector/a con tu libro “Condéname Cariño”?
No quiero dar muy masticada la obra, pero tienen algunos secretillos en cuanto a su temática. Hay un diálogo entre los cuentos, hay referencias a otras obras, a otros autores, a parejas de autores, hay narradores que no son casuales, hay contradicciones intencionales. Puedo decir que todo está muy a conciencia escrito en cuanto a forma y contenido. Creo que es un libro hecho para releer, no porque cueste entenderlo sino porque tiene una segunda vida.
¿Cuál es el proceso interno que experimentaste al escribir cada uno de estos cuentos? ¿Identificas momentos o vivencias para cada uno?
Cada relato nace de partes distintas. Algunos vienen de sueños; de sueños que tuve en la infancia cuando tenía cinco años, por ejemplo. Otros de gente casual que uno conoce en la calle combinado con experiencias de percibir algo medio entonado en calle Pio Nono y pasarte una tremenda película, por ejemplo. Otros de imágenes que se comienzan a aparecer en la mente, que van tomando forma, que hacen ruido y que uno las plasma en un relato. Otras nacen de pies forzados, de ponerme límites, de obligarme a hacer algo para que la creatividad lo resuelva. Pero todos mis relatos nacen de la necesidad de que ellos existan. Las historias están ambientadas en un Santiago sobre el que a mí me gustaría leer, siento yo. Y también los hice con la idea de sentir no me pertenecen del todo, cada uno es el fondo un comienzo, una apertura a otra narración. Esa es la gracia de usar mitos, las leyendas y la localía, que no hay un canon en las historias. En ese sentido, creo que todos mis cuentos funcionan como una suerte de semilla negra.
¿Qué te seduce del género del terror? ¿Qué crees es lo que hace tan atractivo a monstruos, sombras y fantasmas?
Si hay un género que no conoce la censura, es el terror. Escribir terror es sumamente liberador. Puede haber sexo, paganismo, asesinatos, sangre a chorros, y todo está bien en ello, pero también se puede ser sutil, romántico y emocionar. O sea, a mi modo de ver, y en esto no me interesa ser objetivo, para entender el arte hay que familiarizarse con el terror. Yo soy un fan acérrimo de Black Sabbath, banda que crea el metal y que fue de las primeras que sacó un tema inspirado en H.P. Lovecraft (Behind the wall of sleep), a su vez esta banda saca su nombre de una película del fundamental director italiano Mario Bava, película que adapta tres historias, entre ellas el relato “Los wurdalak” de Aleksey Konstantinovich Tolstoy, y Bava, a su vez viene de esta estética del expresionismo con sus depresivos y saturados colores. O sea, el terror es un hilo que no para nunca, que atraviesa desde lo pop, el arte, hasta los conflictos mundiales y personales. El terror es como el material base que nosotros como especie producimos y, que afortunadamente, la hemos podido convertir en arte, que es la forma más elevada de cualquier expresión y material. El problema es cuando negamos el terror, cuando negamos esa oscuridad que siempre está en nosotros. Para mí el terror en su mejor forma de expresión es el rostro del monstruo de Frankenstein de James Whale. En ese encanto oscuro que desprende su rostro está toda la clave de por qué el terror siempre seduce, porque es un género tan maestro en las artes.
En tu literatura, ¿qué tienen en común lo fantástico, lo insólito y el folclore con el terror?
Yo creo que lo que tienen en común y que los unifica es justamente el tema de la localía. Y con esto me refiero a Santiago, a Chile. Me es difícil concebir lo fantástico y lo insólito ambientado en Chile sin enmarcarlo en tragedia, en pesimismo, en oscuridad. Los mexicanos son más esperanzadores a pesar de su vinculación con la muerte, la muerte es bella allá, está llena de colores; los peruanos también, tienen harta magia, se sienten aún en un imperio de oro; los argentinos son más oscuros, pero purgan sus fantasmas, su pasado, ¡o sea ellos enjuician a sus dictadores!, por ende tienen héroes natos, como el mismo José de San Martín que es como un motor central de la Independencia, y a Maradona y a Messi y a Strassera, justamente; pero nuestros mitos, nuestra historia, en su gran gran mayoría, son tragedia, son oscuridad, son tortura, son brujería, son pájaros de mal agüero, y en vez de héroes tenemos puros mártires. Y un poco lo que nos identifica a ojos externos es nuestra seriedad, que es como decir de buena forma que somos bien grises y fomes, y también que somos un país estable, que también es otra forma de decir que somos conservadores y que le tememos al cambio. Pero por otro lado, nuestros procesos sociales están lleno de vanguardismo político y social y de golpes de Estado. O sea hay una polaridad social, de clase, histórica, de percepción del país que es evidente. Para mí Santiago es una ciudad con un telón de fondo de fuego, de altas tasas de suicidio, pero lleno de trap, de conciertos, de festivales, de bailes de Tik Tok, de sopaipillas, de sushi, de colas de feria y de mitos huachos, medios olvidados, como tantos otros. Por eso que los monstruos en mi Santiago son más humanos, es la ciudad la que nos devora. Creo que todo eso, el escenario mismo, unifica lo que me mencionas.
¿Crees en la tesis de que en cada relato de ficción hay siempre elementos autobiográficos?
Indudablemente los hay, porque sino no habría forma de conectar con lo que se está escribiendo. Pero a veces lo biográfico pude ser solo como la pista base de una canción, es un ritmo solamente, pero el coro, el estribillo, toda la armonía, puede ser creada, inventada. Y creo que las mejores partes, las que más pueden gustar o llamar la atención son inventadas, y creo que eso es natural. Cuando uno está acostumbrado a alimentarse de ficción ya sea en libros, cine, cómic, etc., y además escribe, uno siempre se da cuenta que la realidad siempre es más charcha.
¿Se puede hablar de un estilo que caracteriza a Eduardo Córdova?
Me cuesta contestar eso, porque tal vez quienes me lean pueden tener una mejor opinión sobre eso. Lo que sí, es que siempre trato dejar alguna imagen, algún momento en el lector. Recuerdo que una vez Alejandro Jodorowsky dijo algo como “voy saliendo del cine y acabo de ver Dr. Strange y ya no me acuerdo de nada, pero vi Un perro de andaluz de Buñuel hace más de 50 años y la imagen del ojo cortado con una navaja no lo he olvidado jamás”. Creo que es eso. Está bien que como escritores preocuparnos por una prolijidad, la buena utilización de las técnicas, la mixtura de técnicas, la proeza técnica, en el mejor de los casos, pero también hay que saber construir imágenes. Y con esto no me refiero a lo impactante o lo morboso, no, sino a belleza hecha a partir de oscuridad. Muchas veces me ha pasado eso que le sucedió a Jodorowsky. He leído cosas impecables, pero que al otro día ya no las recuerdo. En ese sentido creo que es esencial para hacer cuento o novela, leer poesía. Son los poetas los que nos enseñan a hacer eso que te menciono. Creo que de eso me preocupo como autor, de dejar alguna imagen, algún momento, algún sentimiento.
¿A quién definirías como el personaje histórico (real o ficticio) más terrorífico?
Para mí Juan Pablo II. Desde muy chico crecí con su imagen, con la leyenda del Papa que visitó Chile, con la idea de este anciano blanco, de traje blanco, de rostro noble, muy respetado, muy amado, pero siempre desconfié de eso, me causó rechazo. Y claro, uno siendo muy chico se hace preguntas intuitivamente: ¿por qué él representa a Dios en la Tierra? Yo no pensaba en el Papa y su imagen pública cuando estaba en pleno baño de masas, frente a las cámaras, sino cuando estaba en su habitación, en privado, cuando tenía que dejar de sostener esa sonrisa noble. Eso me daba miedo. Y claro, después con el tiempo, ya él muerto, uno comenzó a entender que encubría pedófilos, que promovió los golpes de Estado de derecha, y de todos esos mitos alrededor del posible envenenamiento a Juan Pablo I, que si te fijas es como absorber una identidad, usar el nombre de tu enemigo, una cosa oscurísima. Para mí Juan Pablo II fue como un gánster de la espiritualidad, una cosa en extremo oscura pero revestida con mantos y mantos de luz. Una cuestión bien luciferina, bien católica, en cuento a sus propios mitos. Pero siempre me ha causado incomodad y rechazo cualquier líder que representa lo impoluto, la luz, lo blanco, lo puro, lo bueno, lo noble. Y sobre todo por el cómo la gente reacciona con ello: el ídolo, el rockstar máximo, pero de un Dios todo poderoso. ¡Eso es terrible!
¿Cuál es el camino para encontrar goce en el terror urbano? ¿Qué le dirías a aquellos lectores que aún no se lanzan a la aventura de este género?
Primero les diría que no tengan miedo, que no les pasará nada, ja, ja, ja, ja. Yo creo que este género no hay que verlo como una nueva mirada del espacio urbano, más gótica, más sucia y en algunos casos incluso, doméstica. En ella hay noir, hay hechos sobrenaturales que se combinan con hechos hiperreales. Es una forma de encantar la calle y también maldecirla, para uno como autor. Santiago, en este caso, es una ciudad que es nuestro hogar, pero es un hogar hostil, extraño, del cual a veces queremos escapar, pero que sin embargo, nos gusta. Creo que ese sentimiento va a encontrar quienes lean “Condéname cariño”. Ojalá al cerrar el libro imaginen cómo ocurrió algunos de los relatos que narro mientras caminan por el Parque Forestal, en su barrio, el Cerro San Cristóbal, etc.
Si tuvieras que recomendar los cinco títulos de terror más sorprendentes que has leído, ¿cuáles serían?
No tengo un orden del que más me gusta, así que los diré desordenados. Lean “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. Es un cuento corto, clásico, pero que es perfecto. Para mí lo bueno es esencialmente sencillo pero potente, y eso es ese relato. Lean el cómic “Abrazame” o “Hold me” de Hellblazer. Está escrito por Neil Gaiman y dibujado Dave Mckean, y es lo mismo que el anterior, una cuestión sencilla que jamás olvidarás, que te emocionará, perfecto en su forma y contenido, y con varias y profundas posibilidades de subtexto. Lean el relato “El hombre que amaba las flores” de Stephen King. Varios dicen que King es mejor cuentista que novelista, y así lo creo yo, también. Este cuento es garantía de ello. Una utilización perfecta de narrador, un texto macabro, una perfecta forma de retratar a EEUU. Lean también el relato “Subasta” de María Fernanda Ampuero, está en su libro “Pelea de gallos”. Es macabramente desgarrador, doloroso, pero bello, y de una precisión maestra. Y por último, un menos conocido pero que es pura belleza y paganismo: “Compañeras de labor” de Alan Moore. Es un cuento de él, escrito, no cómic, y es extraordinario. A nivel de historia, de lenguaje, de la utilización del narrador, de lo que le está sucediendo al narrador mientras cuenta su historia y a nivel discursivo, todo funciona increíble.
Finalmente, ¿cuál ha sido tu más grotesca pesadilla?
Yo sueño poco, pero tengo sueños que recuerdo desde muy niño, de hecho, en mi cabeza tengo como un mapa de lugares que vuelvo en sueños, es una cosa rarísima. Y por alguna razón, no suelo tener pesadillas, hace mucho que no tengo pesadillas, a pesar que tengo sueños muy oscuros, en una estética muy oscura, que podría ser de pesadilla. Pero uno que fue terrible, angustiante, fue donde me iba hundiendo en una masa amorfa de piel ajada, llena de heridas y hematomas por ser pisada. Era como un cerro, yo trataba de avanzar, pero todo estaba muy empinado y mis pies se hundían en la carne moreteada. Tal vez sentía lastima por el suelo, por ese suelo vivo y me resistía a caminar, pero yo quería salir y no podía. Imagínate estar ahí en ese suelo empinado pero que además el cielo se vea de un amarillo sucio. Era como estar habitando un lugar de carne, una criatura horrenda y gigantísma que me engullía sin intención y que sufría, pero yo también. Muy David Cronenberg y también Lovecraftiano el sueño.
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