Montserrat Martorell es periodista y escritora. Doctora en Literatura Hispanoamericana, Máster en Escritura Creativa y Diplomada en Pensamiento Contemporáneo: Filosofía y Pensamiento Político. También es autora de La última ceniza, Antes del después y Empezar a olvidarte. Es profesora universitaria y dirige talleres literarios. Actualmente escribe su cuarta novela. En esta entrevista, la autora reflexiona sobre la escritura, como la trabaja, y la importancia de leer para escribir. Además, recuerda a algunas referentes de la escritura que han sido relegadas en su tiempo pese a su talento, y cuenta cómo ha ido cambiando ese sesgo de género con el tiempo. Habla de la labor de ser profesora de escritura, y del oficio de formar a escritores. Pero también, nos entrega algunas recomendaciones de autoras que hay que redescubrir.
¿De dónde emana tu escritura?
Para mí, la escritura viene muchas veces del dolor, viene de las obsesiones, viene de las ganas de contar una historia, de decir algo, pero de tener cosas que decir. De ahí viene la escritura, de lo que he leído, de lo que he viajado, de lo que he mirado, de aquello que he amado o que he dejado de amar, de heridas, de roces, y de luces también.
¿Y cómo se trabaja eso para llevarlo a la escritura?
He tenido experiencias muy distintas. Con La última ceniza que fue mi primera novela, fue una novela de mucha pulsión, de mucha pasión, de andar nomás, de caminar. No había un trabajo que obedeciera a una lógica establecida, no había un orden, no había una estructura, simplemente me lancé tras ella y escribí. Después, con mis siguientes novelas, había menos ansiedad, pero había pulsión y había mucho deseo, pero también habían ganas de contar una historia con una estructura tal vez más clara. Yo creo que no hay una receta, sino que hay veces en las que uno se enfrenta a una determinada historia, y esa historia viene ya con sus maneras de narrarse.
Se dice que no hay nada más estimulador para escribir que la misma lectura.
Sí, totalmente. Leer me da muchas respuestas a mí. De repente estoy leyendo a Virginia Woolf y digo ¡uf!, quiero escribir un cuento que tenga que ver con eso. Cuando estaba leyendo La belleza del marido de Ann Carson, inmediatamente eso influyó mucho en el posterior desarrollo de mi tercera novela, Empezar a olvidarte, donde yo quería experimentar con el lenguaje. O también leo los diarios de José Donoso y veo que ahí hay una escritura como mucho más ordenada, de mucha más forma; de andar usando ciertas técnicas, de aplicar cuestiones en determinados capítulos, de desarrollar los personajes y las características de los personajes, entre otras cosas.
Has investigado bastante sobre escritoras mujeres. En ese aspecto, ¿sientes que ha sido suficiente esa revalorización y redescubrimiento de esa escritura?
Sí, yo creo que sí, pero siempre estamos al debe, ¿cierto? O sea, hay muchas cosas que hoy están sucediendo. Uno va a una librería y encuentras hartas autoras que hoy están escribiendo; contemporáneas, actuales. Pienso en Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Samantha Schweblin; Carolina Brown, June García, María José Ferrada, de todas partes, pero sin embargo, cuando revisamos por ejemplo los premios nacionales de literatura que se entrega desde las décadas de los 40, te das cuenta que estando en el 2023 todavía hay cinco mujeres que se lo han ganado. Allí uno se da cuenta que claramente hay una disparidad, que aunque uno intente combatir con la lectura, con la bibliografía recomendada, ese sesgo está ahí. Por mi parte, todas las bibliografías que yo doy en las universidades son escritas por mujeres. Son libros de mujeres, cuentos de mujeres, poesía de mujeres, novelas de mujeres, pero yo creo que todavía falta mucho y que todavía es una batalla. Ahora claro, cuando Virginia Woolf decía que ese autor “anónimo ha sido gran parte de la historia de una mujer", hoy día nosotras estamos escribiendo con nuestros nombres. Hay una intención, hay un deseo de mostrar, un deseo de describir, un deseo también de reparar con la palabra.
¿Pero todo este sesgo se debe a solo machismo?
Absolutamente. Es un tema de machismo y es lo que ha sucedido en todas las disciplinas del arte. Cuando uno lee lo que le pasó a Marie Curie, por ejemplo, cómo se la despreció en Europa a partir de la muerte de Pierre Curie, cuando ambos trabajaban juntos en los laboratorios y ambos se tenían que ganar el premio Nobel y no se lo querían dar a ella. O cuando uno se da cuenta que las mujeres escribían con nombres de hombres o con seudónimos, como en el caso de Teresa Wilms Montt. O el caso, por ejemplo, este libro que acabo de leer: Matar un ruiseñor. La autora es Harper Lee, pero tiene nombre de hombre. O la misma George Sand, novelista tremenda, francesa, y que se habla más de sus vidas privadas y de su amor con Chopin, en vez de reconocer que es una de las escritoras más notables del romanticismo. Claramente esta revalorización está pasando en todas partes, en todo el mundo, pero hay un desprecio por la escritura de las mujeres, hay un desprecio por la intimidad que abren esas mujeres. Creo que María Luisa Bombal, en ese sentido lo hace muy bien al fijar como en primer plano la escritura que viene desde adentro, de lo personal, de la cama, del habitar, entre otras cosas.
Actualmente hay un nuevo boom de la literatura latinoamericana, donde en su mayoría está protagonizado por mujeres. ¿Cómo observa este panorama?
Yo veo ese panorama como una especie de escritoras que escriben sin pudor y sin vergüenza, escritoras que le están poniendo nombres a los géneros del terror, que le están poniendo nombres a la escritura, que a veces te perturba de lo secreto, de lo violento, del abuso. Basta leer a Mónica Ojeda y a la Mariana Enríquez para darte cuenta
que son escrituras perturbadoras y también perturbadas, de alguna manera. O sea, hay algo ahí que no está bien en su historia y eso las hace crear universos fascinantes, y que al mismo tiempo no se desprenden de la magia ni de la fantasía. Al final siguen siendo escritoras como muy herederas de la fantasía y del realismo mágico, pero con unos lugares más tenebrosos, más oscuros y también con todo lo que tiene que ver con esta nueva ola de feminismo, con esta emancipación, con el “Me Too”, con las funas, con el acoso, con nombrar aquello que rompe el patriarcado.
En una entrevista Pedro Lemebel definía las voces o a la narrativa de los hombres en Chile como una cuestión “prostática” en su estilo. En ese marco, ¿hay una determinada voz en la escritura de mujeres en Chile?
No, yo creo que tú puedes determinar patrones o características, pero en general yo creo que no existe en “la escritura de la mujer”, así como tampoco existe en “la escritura del hombre”. Lo que nosotros estamos viendo siempre son sensibilidades, miradas de mundo, transmisiones de mundo, estética, apuestas estéticas, deseos, fortalezas, heridas, escrituras que responden mucho a lo que decía Rainer Maria Rilke: “temo que si me quitan mis demonios se puedan morir mis ángeles”. Entonces, yo creo que la escritura es eso, es como un embutido de ángel y de bestia, citando a Nicanor Parra. Y es que claro, uno podría de repente agrupar escritoras que nacieron en una misma época o en un mismo país, pero aun así vas a encontrar muchas diferencias en cada una de ellas. Yo espero que en algún momento el género ya no importe, y que no importe precisamente porque vivamos en una sociedad de igualdad.
¿Qué escritoras hay que redescubrir o releer actualmente?
Yo creo que a Winétt de Rokha. Es una mujer que quedó muy escondida detrás de Pablo de Rokha, pero ella se llamaba Luisa Anabalón Sanderson, y fue una gran poeta chilena. Creo que hay que volver a la Silvia Plath que es tremenda, y que además muere joven después de que se suicidara a los 30 años. Creo que hay que retomar la obra de Gabriela Mistral en todo su esplendor, en todo su erotismo, en toda su educación, en todo su mundo político; una mujer que nació en 1889 y sin embargo tenía tantas cosas que decir, era tan avanzada para su época, era tan guerrera. Creo que hay que volver a la literatura de la generación del 50. Ahí tú tienes a la Cecilia Casanova, a Mercedes Valdivieso, que escribió La Brecha, que es tremenda, o Carolina Gel, que escribió Cárcel de Mujeres. También hay que leer a Elisa Serrana, que también es una escritora de ese tiempo y que la acompañó la Mercedes Valdivieso, la Marta Jara, la Elena Aldunate, la Matilde Ladrón de Guevara. Ahí te estoy nombrando montones de escritoras que son súper desconocidas, pero que fueron escritoras, poetas, feministas chilenas, que realmente hicieron lo que pudieron hacer en esos años, en los años 40, en los años 50, en los años 60, y que fueron eternas candidatas al Premio Nacional de Literatura y nunca se lo ganaron.
Además son nombres que al parecer no se han vuelto a reeditar mucho.
Hay algunos que se han reeditado, algunas pocas editoriales independientes que han sacado ciertas selecciones de autoras, pero en general yo encuentro que es algo que está muy escondido y por eso hay que seguir hablando y leyendo, como el caso de la misma Marta Brunet, que es tremenda, una de las mejores escritoras chilenas. O también esta escritora que murió tan joven y de cáncer, María Monvel. Ella fue tremenda, incluso Gabriela Mistral decía que era la mejor escritora de América Latina y murió a los 37 años. Se puede encontrar un montón de su obra en la Editorial Nascimento, que empezó a funcionar a fines del 1800, y se funda propiamente tal como editorial en 1917, y que fue la primera editorial que publica a nuestros premios Nobel de Literatura: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, y un montón de otros autores que van a venir después.
Hay un sesgo claro contra la mujer en esa época.
Claro, puro machismo. Habían hombres que ocupaban espacios de poder, muchos pertenecían a clases sociales altas, y se reunían en revistas, se reunían en agrupaciones y empiezan a publicar en su mayoría hombres, algunos con mucho talento y otros con nada de talento. Recordemos que hay un Premio Nacional de Literatura en la década de los 40 que dice que él despreciaba la literatura y se ganó el Premio Nacional de Literatura. Además hay que considerar que Chile era un país chico, un país con ganas de ser más grande, que todavía está mirando mucho a Europa, pero con sus raíces muy pueblerinas también, y con una mirada muy conservadora, entonces costaba todo. O sea, si en el mundo ya costaba que las mujeres tuviéramos participación, si Virginia Woolf en la década de los 40 ya causaba sensación por su habitación propia y sus congresos de feminismo en Inglaterra, imagínate cómo era en Chile. O sea, esto estaba tomado por los hombres.
Como profesora de escritura, ¿qué se enseña cuando se enseña a escribir?
Yo creo que primero uno tiene que enseñar a aprender a leer, a leer en voz alta, a leer mucho, a leer novelas, a leer lo antiguo, lo moderno, lo clásico, lo contemporáneo, y después irnos hacia otros lugares; a otros lugares que tienen que ver con el oficio de la escritura, pero primero es el oficio de leer, leer, leer, leer y leer mucho, y luego escribir, editar, corregir, suprimir, saber cortar también, darle tono a las cosas, darle tiempo, darle tensión, generar intriga, trabajar el ritmo. Todas esas cosas son fundamentales.
Y en tu opinión, ¿cualquiera puede ser escritor o escritora, o hay una cierta naturaleza o talento innato en este oficio?
Yo creo que hay gente que tiene una necesidad muy grande de escribir, y esas personas que tienen esa necesidad de escribir pueden ser muy talentosos o muy mediocres, y ese es el don con el que uno nace o no, pero luego después tiene que ver con el trabajo y con las ganas, y con quedarse en la literatura. Haruki Murakami decía que era muy fácil escribir una primera novela, pero no es tan fácil escribir una segunda, una tercera, una cuarta, una quinta, una sexta. Finalmente, quedarse en el lugar, quedarse en el oficio, es lo que te convierte en escritor.
En la labor de enseñar a escribir, ¿qué has aprendido sobre la misma escritura?
Yo he aprendido mucho enseñando y con las dinámicas de retroalimentación. Creo que el espacio académico, tallerista, son súper sanos en ese sentido. Yo hago clase toda la semana en la universidad y además hago talleres literarios en la noche, así que estoy en permanente trabajo y en contacto con las personas, y con personas de distintas profesiones, edades, oficios, culturas, países. Creo que ahí hay como una magia bien especial que es pertenecer a un lugar, porque pertenecer a un taller literario es algo bien potente, porque nos permite ir puliendo en voz alta nuestras voces, ir escuchando la crítica, ir generando un grupo que quiere y es apasionado por la lectura y por la literatura.
¿Algún consejo para quienes están comenzando a escribir?
¡Uf! Perseverancia, que dejen atrás los miedos, las inseguridades, que no tengan ansiedad por publicar, que va a llegar el momento, que no se estresen, que no se apuren, que finalmente este es un oficio de tiempo lento, y que si vivimos muchos años, ese tiempo también le hace muy bien a la escritura.
¿Algún libro que quieras recomendar?
Acabo de terminar de leer Matar a un ruiseñor de Harper Lee. Es la única novela que escribió Harper Lee, que le valió además el premio Pulitzer en la década de los 60. Ella es una escritora que no murió hace tanto tiempo, en el 2016 y nació en 1926, y la verdad es que su novela Matar a un ruiseñor tiene todo lo que uno busca: tiene calidez, tiene ternura, tiene humor, tiene rabia, tiene violencia; nos habla de la desigualdad racial, nos habla de la violencia sexual. Es una novela gótica sureña, tremenda. El personaje principal es entrañable, el personaje del abogado, del padre, Atticus Finch, que le va enseñando cosas a Scout Finch, es precioso. Tiene un estilo que yo calificaría como brillante y que creo que uno tiene que conocer.
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