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Roberto Herrscher, periodista: “La no ficción es el arte de la limitación”

Roberto Herrscher es periodista y escritor. Académico en la Universidad Alberto Hurtado (Chile) donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo: Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

En este diálogo, nos habla sobre la no ficción, sus diferenciaciones, cómo se construye la voz autoral en este género. También nos cuenta sobre los escritores que últimamente lo han influido, cómo se usa la realidad como material para contar una historia y el desafío sabroso de las limitaciones. Además, detalla varios pormenores en el arte de la no ficción, sus subgéneros como la “narrativa del yo” y la tradición que hay en Chile sobre esta corriente.


¿De qué hablamos cuando hablamos de no ficción?

Es hostil definir algo por la negativa, por lo que no es. Yo creo que los que pensamos y los que nos gusta este campo, partimos de un concepto que a mí saber lo inventó o impulsó principalmente Truman Capote con A Sangre Fría. Capote era un gran escritor y un gran divulgador de su propia obra y de su propia imagen, un gran marketinero de sí mismo. En ese sentido hay algunos géneros narrativos que nacen pegados a una obra y esto sucede con Capote. Es interesante porque Capote venía del mundo de la novela de ficción, y el concepto no ficción nace por medio del acercamiento del mundo de la literatura. O sea lo fundan quienes dicen, “nosotros hacemos literatura de ficción, ahora vamos a hacer literatura de no ficción”. Le quitan la invención, le quitan la fantasía a los hechos, pero mantienen la inventiva, la magia, la creación de la forma de contar. Los narradores de no ficción finalmente lo que hacemos es utilizar la forma en que contamos nuestras novelas para contar un hecho real.


O sea se mantienen los métodos narrativo pero el fondo es otro…

Claro, de hecho, recuerdo que para mí fue muy interesante cuando yo estudié en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia porque podía hacer ramos electivos en otros lugares e hice un curso de Literatura de no ficción en la Escuela de Literatura y estuve de profesor invitado en el Ithaca College, en el norte de Nueva York. Ocurre que años después, en una noche de tormenta horrible, de nieve, en medio del invierno del norte de EE.UU., en un bar estaban los estudiantes de literatura y estaban los de periodismo y se preguntaba quién era el dueño de esto, de esta narrativa. Si te das cuenta es interesante este acercamiento desde los que hacen literatura tanto para los que hacen periodismo, porque finalmente la no ficción es el arte de la limitación.


¿Pero hay una distinción con el periodismo?

Claro, porque desde el mundo del periodismo sale algo que se llama periodismo literario, periodismo narrativo o periodismo con valores literarios. Ese es un movimiento distinto que busca contar mejor y más profundamente las historias particulares para que se vuelvan universales. Hay un libro, lo tengo por ahí, que tiene un prólogo precioso de Italese, que es una académica. Allí ella ejemplifica dando a entender cómo se narra la realidad vista con lupa, la realidad aumentada, la realidad extendida, porque no es traer a la realidad las herramientas de la literatura, sino que es un movimiento casi más orgánico de encontrar una forma de contar, y que es lo que también postula mi libro Periodismo Narrativo, como una forma de narrar algo más profundo, una forma más emotiva de contar las noticias. Por ejemplo, yo tengo un capítulo en donde tomo las preguntas básicas, las seis W: ¿qué?, ¿quién?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?, y ¿por qué? para postular de qué manera este periodismo narrativo o literatura de no ficción las contesta de una forma más profunda y mejor que el periodismo al uso. Yo creo que en ese sentido, son como dos maneras de acercarse, desde los dos lados y me parece fascinante que existan ambas.


¿Es todo “no ficticio” en la no ficción?

Hay toda una cantidad de formas de sellar un contrato tácito entre el escritor y el lector, por lo que la mentira es no cumplir tu contrato. Existe ese contrato básico, importante, que es el de la honestidad para no engañar a los lectores. Cosa que pasa en todo tipo de ficciones, desde la más extrema: de la invención de universos, planetas, mundos extraños y seres imaginarios. Eso tiene sus reglas, porque en todo momento el narrador crea reglas en la ficción, incluso si es una ficción, porque el propósito, ya sea de una novela, una obra de teatro o un reportaje, es utilizar la narración para vender una causa. En ese sentido, yo no creo que todas las causas sean las mismas, y peor si es una causa deleznable, porque el mundo también está lleno de obras de no ficción que han promovido el racismo, el machismo, que demuestran lo “horrible que son los otros y lo buenos que somos nosotros”. Por eso yo creo que lo principal es la honestidad de tu propósito en tu obra. Si leo las novelas de Simón de Beauvoir y los artefactos narrativos de no ficción de Annie Ernaux, vos podés ver que el contrato tácito de Simón de Beauvoir es que te va a mostrar la situación, el punto de vista, el dilema de la mujer en el siglo XXI a través de la vida de unos personajes inventados, pero está esa credibilidad frente a quién lo está contando. Por ejemplo, ahora estoy muy enganchado con un libro de Annie Ernaux. Ella detalla lo confuso y extraño que fue su primera relación sexual o el conflicto desde el momento en que decidió abortar. ¿Pero qué pasa si ella va a la casa de un médico que vivía en tal calle y el médico tenía el pelo blanco, y resulta que el médico no tenía el pelo blanco y era otra calle? Yo creo que lo fundamental, en ese sentido, es la honestidad del propósito. En cierta forma, no diría que eso me da igual, pero yo creo que la atracción para mí, que soy un hombre tratando de entender el cataclismo del aborto, al mismo tiempo el tema de la sexualidad en la mujer, el tema del sentir que no pueden decidir, que se sintieron culpables, está todo en su obra. Aunque entro a estos temas a partir de libros que pueden ser un libro de ficción o un libro de no ficción, pero en ambos puede haber una verdad profunda que me parece valiosa y que no tiene que ver con la precisión de los datos. Sin embargo, obviamente el contrato de la no ficción me parece muy interesante como desafío. El hecho de proponerse, “mira, yo te voy a escribir una historia trepidante, apasionante, con personajes fascinantes y todo eso va a ser real”. Esa postulación es como si yo quisiera expresar el amor, el odio, la muerte del padre en un soneto, y la no ficción, en ese sentido, es como una poesía con rima y métrica. Es un alarde técnico.


“El arte de la limitación”, como decías.

Claro, porque finalmente tenés que utilizar solo los elementos que están, como en esos programas de cocina donde vos tenés que hacer un plato. “Esto, lo que tenés sobre la mesa, son los ingredientes que te tocan y con esto vos tenés que hacer un superplato”. Por ejemplo, si vos tenés que escribir un perfil de Gabriel Boric. Es como es y no lo podés hacer distinto, porque la no ficción tiene ese encanto, ese desafío, eso de decir “qué hijo de puta, cómo logró hacer un libro fascinante Truman Capote y no inventándose a los asesinos”, por lo mismo mucho tiene que ver el tema del hallazgo en la no ficción. La no ficción idealmente saca de la realidad algo profundo, pero también tiene eso de acercarse a algo y jugar con algo que no controlás. Es como el arte del tenista o del boxeador o del ajedrecista, que tiene que jugar con qué va a hacer el otro. Si vos te vas de gira con Boric, solo podes mirar lo que hace, no lo que vos querés que haga, y ahí está la magia.


¿Cómo se construye la voz propia en la no ficción?

En una crónica de Martín Caparrós, que me parece que es un muy buen escritor, desarrolló muy bien lo que es el arte de contar historias. Allí muestra que hay una cadencia, un ritmo, un vocabulario, una mirada, una forma de fijarse en detalles. Un poco como lo que te pasa cuando leés a Joan Didion. Es decir, ella te describe una puesta de sol y decís “esto es su puesta de sol”. En ese sentido, tengo una parte de mi introducción al libro La voz de las cosas donde hablo de esa parte no muy inventada del arte de los narradores, que es la descripción. En la descripción hay, por ejemplo, algo que es muy difícil de explicar, que son las comparaciones. El buen descriptor te compara lo que ve o lo que escucha con algo que al mismo tiempo es terapéutico, sorprendente y preciso. Ahí donde el escritor de ficción te mete en un mundo imaginativo y desde su cabeza, desde su mirada, su sensibilidad a su mundo verbal para ver la realidad. Imaginate que te metés en el mismo crucero con Truman Capote, Rodolfo Walsh y David Wallace, y hacen el mismo viaje del crucero, cada uno hablará con otra gente, cada uno verá la noche, el mar, como otra cosa; cada uno siente cosas distintas y terminás por sentir que hiciste un viaje distinto al leerlo. Todos van a tener algo de la literatura en una inmersión en la sensibilidad humana a través de una experiencia. En ese sentido hay una búsqueda de claridad, que va en contra de un determinado tipo de literatura donde más que la historia o la anécdota de lo que cuenta la no ficción o el periodismo narrativo, pueden compararse con una literatura realista y frente a cuál es el objetivo de cada cosa.


Cuando uno revisa los catálogos de las editoriales, uno puede ver qué se está haciendo harta “literatura del yo”. ¿Hay una tendencia clara o es solo una percepción?

Está creciendo eso, está creciendo mucho, pero no es lo único. Tal vez es interesante porque puede que esa sea el tipo de no ficción que triunfa más o que le gusta más a determinado público. Tal vez ese es el camino que va más en la literatura de no ficción actual, mientras que el periodismo narrativo o el periodismo literario se ocupa de temas más globales pero a la vez particulares. De hecho, ahora acabo de leer un libro que me gustó mucho de Oscar Martínez, un periodista salvadoreño. Me parece que está muy bien escrito y que tiene un gran valor literario por la gran inmersión en el mundo que logra hacer con gente que es muy distinta a él. Siento también que Rodrigo Fluxá es alguien que desde el yo trata de acercarse a otros. También está el caso de la escuela de testimonio de Svetlana Aleksiévich. Pero estos ejemplos de acercarse desde el yo hacia otros, es mucho más caro hacerlos y te lleva mucho más tiempo y mucho más trabajo y esfuerzo, porque es una obra grande de no ficción sobre otra persona que no sos vos. Cuando es literatura del yo y solo del yo, es más llano porque estar con vos mismo es más sencillo. Por ejemplo la plata que gastó en sus investigaciones Annie Ernaux es cero, porque ella tiene que contar su propia vida: cuando se casa, escribe un libro; lo frustrante de su matrimonio; cuando se divorcia, escribe un libro sobre su divorcio; va a hacerse un aborto, escribe un libro sobre eso; se acuerda de su hermana muerta y escribe un libro sobre eso. Básicamente en la literatura del yo hay mucho del material mismo que es uno. Pero también está el tema de viajar en la vida de gente que es muy distinta a uno, y que es algo que está muy en el mundo del periodismo narrativo norteamericano actual. Hay un libro que me impresionó muchísimo de Alma Guillermo Prieto, La vida toda: nueva crónica estadounidense, que es como el nuevo periodismo, y nuevo nuevo nuevo periodismo del siglo XXI de Estados Unidos. En ese libro hay muchísimo de esto, como un tipo que se va a meter a las marchas para entender a los fanáticos de Donald Trump, para entender a través de ellos quién es ese personaje.


Como estudioso de las tradiciones literarias de no ficción, ¿cuáles son las tendencias que ve en Chile?

Yo creo que tengo como dos épocas en mi vida para ver esa tradición. Antes del 2016, que es cuando yo llegué aquí, veía este país desde lejos, desde alguien que nunca había vivido en Chile y por eso es muy distinto a como lo veo ahora. Pero estando fuera de Chile lo que más llegaba era lo más parecido al periodismo narrativo, y en ese sentido todo lo vinculado a los desaparecidos, los derechos humanos y la dictadura de Pinochet, donde se veían historias muy valientes. Y una cosa que para mí siempre caracterizó a Chile, es que hay una corriente más femenina que masculina. Este es un país en donde el mejor periodismo narrativo sobre los temas que mencioné es lo hecho por Patricia Verdugo, Mónica González, María Olivia Monckeberg, Patricia Politzer, y después Juan Cristóbal Peña. También hay una tradición sobre todo lo que tiene que ver sobre los crímenes de la iglesia, la pederastia, donde está Óscar Contardo y otros.


Una tradición que nace un poco producto de la censura y de los años de silencio…

Pero hay otro camino que tiene que ver más con la literatura de no ficción, y que está como en medio de esa época. En ese sentido, yo siento que alguien que yo conocía pero que se convirtió en fundamental estando ya en Chile, como figura esencial de ese movimiento de la lengua literaria para contar historias, es Pedro Lemebel. Lemebel es único, es una especie de planeta en sí mismo. Si pienso en qué sentido la no ficción puede ser literaria, con esa escritura barroca y barriobajera y orgullosamente marica, es con Pedro Lemebel. Si me preguntan, ¿qué ejemplo tenés de alguien que cuente un hecho real y que eso sea literatura?: Lemebel. Pero también hay otro mundo, como una pintura también desde ese mundo, y es Alberto Fuguet. Me parece otro autor complejo con obras de distinto tipo y calibre. Recuerdo que en una cátedra les di a leer a los chicos distintos autores y era un tema fascinante porque los autores se convertían en un asunto de clase social si te identificabas con Fuguet o te identificás con Lemebel. Por mi parte me maravilla, me fascina Lemebel, pero mi juventud fue leer a Fuguet. Son como dos militancias distintas.


El clasismo acá está en todas partes.

En ese sentido también ocurre algo interesante, porque si hay un elemento de denuncia en el periodismo literario, o lo que acá llaman el “periodismo periodístico”, es que si no vas a denunciar el poder y el sistema, ¿para qué escribís? Acá hay un poco una cosa muy militante. Por un lado hacia afuera el periodismo literario es militante, y hacia adentro es clasista, en el sentido de si eres de clase alta, clase baja; pero acá vos escribís desde tu clase. El chileno nunca se escapa de su clase. Es ese loco que le pregunta a gente de 40, 50, 60, 70 años a qué colegio fueron, porque los define su clase.


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